jueves, 13 de diciembre de 2007

Realismo futurista.


Las novelas antitutópicas (o distópicas), aquellas que retratándonos una futura sociedad apocalíptica nos plantean serias y críticas reflexiones acerca de lo que nuestros errores del presente pueden acarrear en un porvenir no muy lejano, son y han sido una parte muy importante de la ciencia ficción, género literario injustamente devaluado debido a que en muchas ocasiones es asociado erróneamente -y casi en exclusividad- a superficiales aventuras interestelares trufadas de prodigios tecnológicos.
“1984”, “Eumeswil” y “Fahrenheit 451” son clásicos indiscutibles de la literatura universal que nos aportaron una visión desencantada de las 3 grandes utopías ideológicas del siglo XX -comunismo, fascismo y liberalismo, respectivamente-; “Un mundo feliz” hacía lo propio con la eugenesis; y películas como Mad Max y Akira propusieron espantosos colapsos posnucleares.
Basada en una novela homónima de P. D. James, escritora archiconocida fundamentalmente por sus obras policíacas, Hijos de los hombres, al igual que Blade Runner, THX 1138, Metrópolis o Gattaca, se encuadra en este tipo de historias desencantadas con el mañana, y dibuja un mundo inquietantemente próximo, muy similar al nuestro, en el que el ser humano se encuentra al borde de la extinción a causa de la esterilidad de la especie. El director mexicano Alfonso Cuarón nos traslada al año 2027, Reino Unido, y se vale de una agobiante intriga futurista, que gira en torno al alumbramiento de un ser humano tras 20 años sin partos, para, mediante un ejercicio moderado de la hipérbole anticipatoria, visualizar algunas de las preocupaciones más acuciantes de nuestra sociedad: los masivos flujos migratorios irregulares, las consiguientes políticas represivas y sus consecuencias, la evolución del activismo altermundialista, y la dialéctica terrorismo/antiterrorismo.
Lejos de la estética habitual de la mayoría de filmes de ciencia ficción, y en sintonía visual con otras excepciones dentro de el género como son Código 46 y Cuando el destino nos alcance, el último trabajo de Cuarón se decanta por la moderación en los efectos especiales, por una ambientación lúgubre y por el uso de la cámara al hombro, opciones que sin duda imprimen una alta dosis de realismo a la película, haciéndola más cercana al espectador y por ende más turbadora. Lástima que su fantasioso colofón, escogido con toda seguridad para aportar un hálito de esperanza a la narración, desentone con esa crudeza expositiva que hace de la película una obra de visionado casi obligado.

2 comentarios:

lenoreanabel dijo...

Una de las pelis que he visto últimamente que más me ha gustado. Desasosegante. Y michael caine está supremo. Sabes si el final del libro es así también? sería interesante comprobarlo.

NANDO BERMEJO dijo...

Sorry, no me he leído la novela. A esta señora la conozco por mi madre, está especializada en novela policiaca y a mi madre le encanta, yo no he leído nada de ella.