jueves, 18 de febrero de 2010

Viaje al centro de la mente


A estas alturas de la función, negar la maestría de Martin Scorsese es una absoluta ridiculez. Sin embargo, lo que sí que es innegable es el hecho de que, de un tiempo a esta parte, su obra ha perdido personalidad con respecto a títulos emblemáticos como Taxi Driver, Toro Salvaje o Uno de los nuestros (concretamente, y siempre bajo mi punto de vista, su atonía empezó justo después de Casino), una modulación complaciente en pos de un ansiado Oscar que por fin se consiguió con Infiltrados en 2006.

Obtenido el preciado galardón, yo albergaba la leve esperanza de que Scorsese regresara por sus fueros temáticos (redención cristiana, mafia, degradación moral…) de la forma más auténtica posible, pero parece ser que el director de Malas calles está ya demasiado integrado en el mainstream hollywoodiense como para volver a sus orígenes, y Shutter Island es la confirmación de ello. Y es que, aunque considero que la cuarta película que L. DiCaprio rueda con Scorsese es la mejor de su unión, no deja de ser un film de vocación comercial, ceñido a los patrones del género (en este caso el cine de intriga policial más clásico) y de desarrollo previsible desde los primeros minutos, algo a lo que sin duda contribuye el previo visionado del trailer y la lectura de la sinopsis (Indiscutiblemente, las posibilidades de disfrutar aumentan exponencialmente si no se sabe nada, absolutamente nada del film) .

Asumido todo esto, hemos de apuntar que, como intriga clásica, la película aguanta muy bien, generando un interés sostenido en el espectador y guiándolo de forma seductora a través de la trama; y que, tanto en la recreación noir como en los episodios pesadillescos (casi lynchianos), Scorsese está acertadísimo, salvando incluso un desarrollo totalmente tramposo gracias a un twist final inesperado.

Basada en una novela del escritor de Mistic River y Adiós, pequeña, adiós (ambos libros adaptados también con éxito a la gran pantalla, pero de tono más realista), Shutter Island es en definitiva una película que entretiene pero no sorprende, que reconforta pero no estimula, una producción notable desde los parámetros comerciales pero que aleja a su director, quizá ya de manera definitiva, de cualquier postulado autoral.

viernes, 12 de febrero de 2010

El regreso del hombre lobo.


Casi 30 años después de Un hombre lobo americano en Londres, la exitosa película de John Landis, Universal retoma a una de sus criaturas más populares con 2 objetivos principales a cumplir: primero, rendir homenaje a los films de la factoría protagonizados por el famoso y peludo personaje, y segundo, rehabilitarlo comercialmente.

El primer propósito se cumple con nota. El hombre lobo reproduce convincentemente el clima oscuro y neblinoso de las películas de los años 40, así como la estética gótica de las producciones de la Hammer; la caracterización del licántropo es afín a la imagen que el cinéfilo más purista tiene en mente; y la transformación de hombre a lobo es espectacular, además de tributo fiel a la que en su día plasmó Landis en su película. Todos estos referentes, ni que decir tiene, están readaptados a las posibilidades técnicas actuales, haciendo un correcto uso de la digitalización (en los paisajes, principalmente) así como de los avances en maquillaje, y también añadiendo algún destello gore digno de mención.

En lo comercial, será la taquilla la que, después del estreno, dicte su inapelable sentencia... aunque no resulta difícil adivinar que, con referentes tan lejanos y desvinculados del público habitual que visita las multisalas, los resultados no serán demasiado positivos. Esta nueva versión del hombre lobo se vale de la modernidad tecnológica para revisar una historia clásica según los gustos del espectador más nostálgico, pero no los del público general. Por si acaso, el final es lo suficientemente abierto como para justificar una secuela, aunque mucho me temo (y ojalá me equivoque) que ésta no será necesaria.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Por una educación (para las mujeres).


Un alegato feminista, en pro de la educación de las mujeres, sito en el Londres de los 60. Aunque la dirige Lone Scherfig (Italiano para principiantes), realizadora danesa forjada en el movimiento Dogma de L. Von Trier, es una película de desenlace amable y cánones bastantes hollywoodienses (romance, "happy end" aleccionador y algún momento “pop”). Tiene, además, en su admiración declarada a las "películas francesas" y en su pedagógica moraleja, algo que la acerca a "Los cuentos morales", el ciclo de películas obra del recientemente fallecido Eric Rohmer. Recomendable, interesante e ideológicamente muy sólida.

Cualquier tiempo pasado fue mejor...


Tras el descalabro de Canciones de amor en Lolita’s club, el veterano Vicente Aranda vuelve a intentarlo con el género que tradicionalmente le ha sido más propicio: la crónica negra castiza.

Luna Caliente está contextualizada en Burgos, durante el famoso proceso que tuvo lugar en los 70 en dicha localidad castellana. El personaje interpretado por el catalán Eduard Fernández -un poeta, dignatario de la UNESCO, que se encuentra en España de Vacaciones- se ve envuelto en una espiral de pasión enfermiza y crímenes que le hará perder toda ética e integridad personal.

Crítica explícita al pragmatismo y al escaso compromiso antifranquista de algunos intelectuales de la época, Luna Caliente es un film de desarrollo tramposo, que además está torpemente puntuado por constantes (y pretenciosos) aforismos. La historia pierde cualquier atisbo de seriedad a causa de un erotismo de traca y barracón (algunas escenas son verdaderamente sonrojantes por su naturaleza forzada e innecesaria), y de unos diálogos ridículos, sin profundidad alguna.

Si se acortara su metraje, Luna caliente bien podría haber formado parte en la década de los 80 de la exitosa serie La huella del crimen, aunque hoy es la confirmación incuestionable de que Aranda, a sus 83 años de edad, es un director totalmente fuera de honda. Si España tuviera unos premios homólogos a los Razzie, nos hallaríamos ante una sólida candidata a llevarse una ristra de premios.

Lo mejor: Sin duda, la voluptuosidad de la debutante Thaïs Blume.
Lo peor: Todo lo demás.