domingo, 30 de agosto de 2009

Mapa de los sonidos de Tokio.


Tengo la sensación de que Isabel Coixet todavía no ha superado su trauma post-Lost in translation, ni asimilado el refrescante desembarco oriental que vivieron nuestras carteleras años atrás. Sofia Coppola, W. Kar Wai, K. Ki-Duk, P. Chan Wok, T. Kitano son algunos nombres que Mapa de los sonidos de Tokio consigue evocar, sin remitirnos a quien realmente nos debería remitir: su directora. Película distraída, en la que Coixet juega un poquito al thriller de yakuzas, pero que no pasa de ser un batiburrillo impersonal de influencias exóticas que sirve para decorar un romance con muy poca química.

sábado, 15 de agosto de 2009

Sobre brujas, mujeres y "ginocidas".


Como casi todas sus obras precedentes, Anticristo, la nueva propuesta de Lars Von Trier, ha generado entre crítica y público tanto valoraciones favorables como de repulsa enérgica. Posiciones abiertamente enfrentadas que encuentran su explicación en el afán del director danés por la provocación, y que quizá no lo serían tanto si la aproximación a sus películas tratara de ser más equidistante y moderada.

Para empezar, hemos de decir que nos hallamos ante un ejercicio de género (Anticristo se circunscribe dentro del terror y del suspense psicológico) que el director ejecuta con absoluta libertad, recurriendo a la convenciones genéricas cuando le interesa (oscuridad, gore, ambientación sonora y escénica desasosegante) sin dejar de dar rienda suelta a sus obsesiones personales. Y he aquí, en sus obsesiones íntimas, donde encontramos una peculiaridad que nos permite explicar Anticristo: Lars Von Trier realizó la película a modo de reto terapéutico después de superar una profunda depresión 2 años atrás, por lo que ésta tiene mucho de paranoico exorcismo de sus demonios interiores.

Al margen de su poderosa imaginería visual -basada en los oscuros parajes boscosos de Westfalia (Alemania), la iconografía cristiana y en un simbolismo básico pero efectivo-, Anticristo se construye de manera muy sencilla, pues sólo dos intérpretes, Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg, aparecen en escena. La traumática pérdida de un hijo es el punto de partida de una historia capitulada en 6 episodios (4 capítulos más un prólogo y un epílogo) en la que un matrimonio deberá superar la pena que le embarga. Él, psicólogo de profesión, tratará de ayudar a su mujer proponiéndole una terapia de choque: llevarla a una cabaña de campo, bautizada con el explícito nombre de Edén y aislada totalmente de la civilización, donde se enfrente a sus miedos más profundos.

Durante buena parte del metraje, y como si de una película de Bergman se tratara (Von Trier menciona abiertamente Secretos de un matrimonio como fuente de inspiración), los diálogos lentos, freudianos y cargados de llantos inundarán la pantalla. Pero mientras esto sucede, una atmósfera enrarecida y malsana irá in crescendo a la par que se desentraña la intriga.

A medio camino entre la Kathy Bates de Misery y la Isabelle Huppert de La pianista, Charlotte Gainsbourg se convertirá en la artífice de un clímax más previsible de lo esperado y con una carga misógina que tiene más de provocación que de convicción, tal y como ha admitido el director.

Desactivada la polémica, Anticristo es un film de una tensión final notable, pero con un discurso menos profundo de lo pretendido. Y es que si Von Trier hubiera moderado su afán autoral, ahorrándose sus disertaciones sobre brujería y psicoanálisis y ciñéndose al terror al uso, seguramente la historia hubiera resultado más ambigua y sugerente. De manera bastante sorprendente, la película está dedicada al cineasta ruso A. Tarkovski.

jueves, 13 de agosto de 2009

Hitler revisado.


Precedida por la polémica en su país de origen, llega a nuestras salas comerciales la comedia Mein Führer, una pretendida sátira acerca de la patética figura de Adolf Hitler durante el último año de la II Guerra Mundial (1939-45). Como parodia, el film del veterano Levy resulta de lo más insulso, pues ninguna de las situaciones propuestas hacen gracia ni caen en gracia. Un pobre balance que queda absolutamente refrendado tras contemplar atónito el poco original desenlace de la película, literalmente plagiado de los últimos minutos de la obra maestra de Charles Chaplin, El gran dictador.


El justificado despedazamiento de esta patraña se quedaría en el párrafo anterior si no fuera por la peligrosa carga ideológica que ésta contiene. De manera insensata (y quiero creer que inconsciente), Levy victimiza la figura de Hitler y lo retrata como un ser torturado por una infancia traumática, convirtiéndolo además en una marioneta en manos de los ministros Goebbels y Himmler. La cinta llega incluso a sugerir que el “pobre” Hitler desconocía el horror que supuso la llamada Solución Final, y que el verdadero destino que el cruento dictador había ideado para el pueblo judío fue la isla de Madagascar.


Desconozco lo informado que estará el señor Levy en materia historiográfica, pero alguien debería advertirle de que su interpretación se halla muy cerca de los postulados revisionistas y negacionistas, aquellos que mitigan o niegan directamente el Holocausto. Lo más triste y sorprendente de todo esto es que Dani Levy es judío…

lunes, 10 de agosto de 2009

V.O.S.


En su nueva película, el catalán Cesc Gay dilapida su enorme talento por rendirse a los mandatos estéticos de la “modernez”. Como su anterior filmografía, V.O.S. exhala un aroma “alleniano” fuera de toda duda, pero a éste Gay le añade un innecesario planteamiento metacinematográfico que, además de no aportar absolutamente nada a la historia, entorpece su correcta fluidez.

Si el elemento metalinguístico (mezclar realidad y ficción mostrando deliberadamente las hechuras de la realización cinematográfica para así reflexionar sobre la creación fílmica) está más que justificado en –por citar algún ejemplo notable- los guiones de Charlie Kaufman, en V.O.S. se reduce a un truco demasiado barato e inasumible como para que encuentre un encaje adecuado en el guión. Ninguna reflexión ni novedad se desprende de esta elección, dando la sensación de que el director se está rigiendo más por el deseo de seguir una moda culta y arriesgada que por imperativos estrictamente artísticos y/o narrativos.

Además, la brillante naturalidad que empapó a películas como En la ciudad y Ficción, aquí no aparece hasta un desenlace cuyo ingenio corrige un poco el sentimiento de decepción absoluta, tornándolo sólo una sensación agridulce, algo del todo insuficiente para lo que se espera de un cineasta de la talla de Cesc Gay.

jueves, 6 de agosto de 2009

Poco seso y mucha acción.


Buscar profundidad en el guión de aquellas películas basadas en exitosas líneas de muñecos, además de inoportuno, puede resultar quimérico. Transformers, Masters del Universo y los propios G.I. Joe eran juguetes cuyos argumentos se basaban en una simple confrontación entre las fuerzas del bien y del mal, por lo que cualquier lectura que vaya más allá de esto roza lo ridículo.


No es extraño, pues, establecer que el guión de la publicitada nueva película de Stephen Sommers no es más que una sucesión de ataques y contraataques por conseguir una peligrosa arma nanotecnológica entre los susodichos G.I. Joe, los buenos, y una todavía embrionaria organización terrorista llamada Cobra, los malos. Este plano y simple desarrollo sólo será perturbado por algún que otro flashback explicativo sobre el pasado de algunos de los personajes, también planos y simples en su totalidad.


Dicho esto, llegamos a la no demasiado compleja conclusión de que el único valor de G.I. Joe reside en su voluntad de llevar la acción a un apogeo constante a través de unos impactantes y vistosos efectos digitales, objetivo que logra de forma relativamente fácil pero que hace preguntarnos si para conseguirlo es necesario renunciar a un guión mínimamente inteligente.


Como era de esperar, la acción mezcla ininterrumpidamente hazañas bélicas, persecuciones (automovilísticas o aéreas), explosiones, artes marciales y prodigios tecnológicos, “ornamentando” vistosamente todos estos elementos a través de un trabajo técnico incuestionable, que empacha quizá algunas escenas (las que se desarrollan en el desierto y bajo el agua, por ejemplo) hasta el punto de asemejarlas a una pantalla de un videojuego de última generación o un fragmento de una película de animación en 3D.


En conclusión, el director de La Momia y Van Helsing traza un producto entretenido pero olvidable y algo infantil, sólo apto para adolescentes sin demasiado ánimo trascendencia, y que dependiendo de su recaudación está destinado a generar alguna que otra secuela.