lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Woodstock?


Coincidiendo con el 40 aniversario de la celebración del famoso festival hippie que da título a esta película, Ang Lee estrena Destino: Woodstock, una versión libre, basada en las memorias de Elliot Tiber, que incita a creernos que trata sobre cómo transcurrieron aquellos días de locura, paz, amor y libertad, pero que en realidad es un descarado intento de colarnos una comedia que aprovecha el tirón de la efeméride antes mentada.

Y es que el nuevo filme del oscarizado director chino-estadounidense, pese a las expectativas temáticas que genera su título, guarda escasa relación con el evento musical del 69. Como crónica sentimental, Destino: Woodstock aporta pocos datos de lo debió ser aquel acontecimiento, y se dedica a narrar, con el festival como telón de fondo y detonante liberador, la emancipación de su joven protagonista con respecto a sus padres, así como su liberación (homo)sexual y consiguiente aceptación de su recién adquirida tendencia.

¿Música? En un segundo término. ¿Política? Sólo una anecdótica referencia a la agitada situación estadounidense de aquel entonces. ¿Mención al auge y caída del hipismo y descripción de sus valores? Muy velada, por no decir sólo intuida por el espectador más voluntarioso. ¿Qué queda del festival en todo esto? Lo suficientemente poco como para defraudarnos: el uso de la multipantalla en homenaje al histórico documental de Michael Wadleigh, una aventurilla del protagonista con los ácidos (alucinaciones lisérgicas y coloristas incluidas) y alguna canción (Doors, Grateful Dead, The Band…).

¿Es Destino: Woodstock una mala película? No, es sólo una comedia amable, mejor que muchas de las astracanadas que atestan nuestras carteleras, pero en ningún caso hilarante, irónica o ingeniosa. Una película que, tras algún retoque argumental, bien podría suceder en Benicàssim. Y es también una constatación: que el director de Brokeback mountain y Tigre y dragón se maneja infinitamente mejor en el registro trágico que en el cómico.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El gángster tamborilero.


El latido de la montaña es el tercer largometraje en la carrera de desconocido director hongkonés Kenneth Bi, uno de los valores en alza de la productora Shaw Brothers Studio. Curiosa fusión entre cine de tríadas (o dicho de otra forma, el cine de mafiosos realizado en Hong Kong) y cine oriental de temática antropológica, la película sabe aprovechar la originalidad de esta mixtura durante buena parte del metraje. Así, a la acción urbana le sigue después un reposado misticismo derivado de la contemplación tanto de los paisajes montañosos de Taitung como de tradición tamborilera china. Lejos de chirriar, el contraste se atempera gracias a la cómica situación que vive su protagonista, la típica trama del intruso benefactor. Todas estas buenas maneras se deslucen algo al final debido a una duración innecesaria y a un desenlace anudado en exceso.