lunes, 10 de diciembre de 2007

La vida secreta de los silencios




Película de magistrales y convincentes interpretaciones que se desarrolla en un desolado contexto, una plataforma petrolífera, paraje ideal para el refugio de vidas desdichadas y huidizas. La vida secreta de las palabras, flamante (y merecida) triunfadora de los Goya 2005, es una película delicada, sensible y sugerente que versa sobre el poder regenerador del amor y la capacidad catártica de la comunicación, en concreto de las palabras. Así lo ratifica Sarah Polley en la escena en la que confiesa emotivamente la fuente de su penuria al sufrido personaje interpretado por Tim Robbins. Pero contrariamente a lo que su título anuncia y su escena final confirma, La vida secreta de las palabras cuenta mucho más por lo que calla que por lo que habla, y si bien hay que reconocer que la confesión final es efectista y lacrimógena a sobremanera, también hay que decir que contradice gran parte del discurso narrativo del que se vale Coixet durante buena parte de la película, un discurso intimista tan perfectamente inteligible como carente de expresión verbal. Al final, un torrente de sentidas palabras salidas de la boca de la protagonista nos confirman innecesariamente algo que ya sabíamos sobradamente por las magistrales miradas, silencios y gestos con que Polley nos había obsequiado a lo largo del film. A pesar de su título, a veces las palabras sobran.

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