martes, 16 de diciembre de 2008

El futuro ya está aquí.


El disenso y los traumas que entre 3 hermanos (2 hombres y una mujer de edad madura, para más señas) ocasiona el reparto de una valiosa herencia, compuesta básicamente por obras de arte y un gran caserón campestre, bien podría resultar un argumento más propio de los intereses de la alta burguesía francesa que de los del común de los mortales. Sin embargo, tal lectura no sería más que una valoración simplista, irreflexiva y bastante desacertada de lo que la nueva película del ex-redactor de “Cahiers Du Cinéma”, Olivier Assayas, nos depara, que no es poco.


Las horas del verano nos ofrece reflexiones mucho más hondas y universales que las banales disyuntivas que se generan tras la muerte de "la mère" entre un grupo de franceses acomodados. Puede sonar a diatriba antisistema salida de la boca del señor Michael Moore o de las páginas del último libro de Noam Chomsky o Naomi Klein, pero lo cierto es que las preocupaciones plasmadas en la nueva película del director de Finales de Agosto, principios de Septiembre enraízan directamente con aquellos ensayos sociológicos sobre las nuevas formas de vida en el denominado “capitalismo flexible”.


La inmediatez, el desarraigo, la cuantificación, el materialismo o la deslocalización son peajes que el nuevo orden está imponiendo a nuestra sociedad occidental en detrimento de los valores de un mundo casi extinto, el de nuestros padres y abuelos. En otras palabras: familia extensa, lealtad, referentes morales, el mundo de la memoria o el valor intangible de lo afectivo son conceptos que parecen estar condenados a desaparecer en una realidad regida casi en exclusividad por la globalización más salvaje y absoluta. Es lo que el sociólogo británico Richard Sennett llama “la corrosión del carácter” cuando afirma que “las especiales características del tiempo en el neocapitalismo han creado un conflicto entre carácter y experiencia, la experiencia de un tiempo desarticulado que amenaza la capacidad de la gente de consolidar su carácter en narraciones duraderas”. De todo esto, y no de las disputas sobre el legado de mamá, es esencialmente de lo que habla Las horas del verano. Casi nada.


Pero no os asustéis. Assayas no es un proselitista que se valga de arengas incendiarias o de una densa y cansina obra-ensayo para expresar su discurso. Lo suyo es Cine fino y, por ende, empuña unas armas aparentemente inocuas pero mucho más sutiles y efectivas: un intimismo costumbrista alejado de la sensiblería y el maniqueísmo, y basado en la expresividad de los diálogos y los gestos.


Asimilado su alegato, al cineasta galo se le puede acusar de ser excesivamente nostálgico, pero no de vivir en la inopia. El capitalismo flexible está aquí, entre nosotros, transmutando los valores del pasado y las tradiciones, eso es indiscutible. Si lo que nos depara es mejor o peor que aquello a lo que substituye ha de valorarlo cada cual, aunque el director ya lo tiene muy claro. Sin embargo, tras esta visión desencantada, Assayas deja una puerta abierta a la esperanza. La esperanza en la disidencia de unos pocos que huyen de la corriente mayoritaria y que están representados por esa pareja de jóvenes que, en el último plano del film, corre hacia un mundo bucólico y desconocido, lejos de la estruendosa fiesta de despedida que se está celebrando en el ruinoso caserón de la madre muerta. Elocuente estampa, sin duda.

sábado, 22 de noviembre de 2008

AGENTES CONTRA BURÓCRATAS



Parece ser que estamos de enhorabuena. Si en algún momento asomó en nosotros el razonable temor de que American gangster era tan solo el espejismo de un pasado mejor, nos equivocamos de lleno. La nueva película del Ridley Scott, Red de mentiras, nos reafirma que el británico vuelve por sus fueros, los del Cine de alta calidad, y confirma su plena recuperación de fiascos tan sonados como El reino de los cielos, Los impostores, La teniente O’Neil o, sin ir más lejos, Un buen año.

Secundado por Leonardo Di Caprio y Russell Crowe, Scott ha elegido para su regreso una historia de espías con trasfondo político, lo que da fe tanto de su heterogeneidad temática (nada se le resiste: Cine gansteril, bélico, épico, histórico, fantástico…), como de la condición de indiscutible intérprete fetiche que el fornido actor australiano ha adquirido para el director (previsiblemente, su próximo filme, titulado Nottingham, también estará protagonizado por Crowe).

Basada en una novela de David Ignatius –veterano columnista del Washington Post-, Red de mentiras narra la historia de Roger Ferris (L. DiCaprio), un agente de la CIA que ésta destinado en Irak con el objetivo de capturar a un peligroso líder islamista. Paradójicamente, Ferris no sólo deberá lidiar con la implacable amenaza del terrorismo internacional. Su inmediato superior, Ed Hoffman (R. Crowe, fantástico en su caracterización), es un inmoral y pragmático burócrata que más que un apoyo, supondrá un serio obstáculo para la misión, amén de fuente inagotable y sangrante de desconfianza.

Como se puede deducir, no es por su previsible e innegable virtuosismo visual por lo que destaca esta cinta (huelga decir que el director de Blade Runner vuelve a hacer gala de su característico estilo adrenalítico e impactante, muy deudor del videoclip y la publicidad), sino por su sorprendente vertiente discursiva. Y es que el mensaje transmitido en su día por un panfleto tan indecente como Black Hawk derribado no auguraba nada bueno. De nuevo, temores despejados: obviamente, Red de mentiras no es un alegato antiimperialista (desengañémonos, todavía no conozco a ningún realizador perteneciente al mainstream americano, salvo el manipulador y excéntrico Michael Moore, que así se haya declarado abiertamente), pero sí una crítica osada, directa y visceral a los reprobables métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses.

Consabido es que no es demasiado acertado hacer del menor de los Scott más papista que el Papa, pero a la comparación con Spy game (Tony Scott, 2001), película con la que Red de mentiras guarda no pocas similitudes argumentales, es necesario responder que la de Ridley es una película de mayor enjundia y trama más compacta.

El personaje interpretado por DiCaprio es un agente implicado y penitente que, sin despreciar la cultura musulmana, confía en la democratización del mundo árabe; al respecto, el conato de relación que emprende con una enfermera nativa es muy significativo. Tras ser traicionado por su superior, renuncia a su cargo y deposita sus esperanzas en la autonomía de los países de Oriente Próximo para que éstos solucionen (con algo de ayuda, eso sí) sus propios asuntos. El mensaje es claro a la par que rotundo. La gestión de los problemas ha de recaer en quienes padecen y sufren cada día el terrorismo en sus propias carnes, y no en aquellos indeseables que desde sus confortables despachos dan órdenes interesadas y contraproducentes. En otras palabras, nativos y agentes de campo, sí, acomodados y mezquinos burócratas, no.


Concluyendo. Parece que este año, el tortazo propinado a la CIA ha sido doble. Primero los Coen, con su absurda pero mordaz Quemar después de leer, y ahora, Sir Ridley Scott, con esta notable intriga con recado politológico. Lo más curioso del caso es que ambas películas empiezan y acaban igual, con sendos zooms desde la cámara de un supuesto satélite espía (de aproximación, al inicio, y de retroceso, al final). ¿Copia o coincidencia? Abran sus apuestas.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Rosales erró el tiro.



Tras su merecido (e inesperado) éxito en la pasada edición de los Goya, Jaime Rosales se ha apresurado a estrenar su nueva película, algo que corre el peligro de ser interpretado como un modo oportunista de “aprovechar el tirón”, pero que visto el resultado no ofrece ninguna duda: el cineasta barcelonés continúa mostrándose independiente, transgresor e impasible ante cualquier canto de Sirenas, y su último trabajo, una observación obsesiva y morbosa de la rutina de un etarra, así lo ratifica.

Durante buena parte de Tiro en la cabeza todo resulta de lo más normal y apacible. Ion, el protagonista, se levanta, desayuna, pasea, lee la prensa, se bebe unos zuritos con los amigos en el bar, se acuesta con mujeres… nada hace sospechar que detrás de esa apariencia de ciudadano medio se esconde el implacable asesino que en realidad es, el sicario que, junto con otros 2 compañeros, ejecutó en Capbreton a los guardias civiles Fernando Trapero y Raúl Centeno.

Aunque su temática se presta a ello, la de Rosales no es una película estrictamente política. Es mucho más cercana a obras como El carnicero, Henry: retrato de un asesino o Elephant, que al cine-denuncia de temática terrorista (me vienen a la cabeza filmes como Omagh, Operación ogro, La pelota vasca o 13 entre mil). Sin embargo, a diferencia de Chabrol, John McNaughton y Gus Van Sant, Rosales renuncia sin complejos a la narración convencional y se decanta por una mirada subjetiva, distante y carente de diálogos audibles, un vouyerismo en el que el vigía parece estar separado del objeto de su (nuestra) obsesiva vigilancia por una gruesa e impenetrable vitrina. Captada esta provocadora premisa, todo lo que acontece desde entonces es demasiado repetitivo y prolongado como para apuntalar nuestro interés con cierta firmeza, y sólo en su tercio final (el asesinato, los momentos que le precedieron y la huida) el film logra retomar el pulso.


No se le puede negar osadía y originalidad, pero lo nuevo de Rosales es más propio de una exposición de videoarte que de una sala de exhibición al uso. Triste pero cierto: en la mayoría de ocasiones, Cine y Arte parecen tan extraños y huidizos entre sí como el agua y el aceite.

viernes, 24 de octubre de 2008

Charlie Kaufman: Imitando a la vida.


Durante el visionado de Synecdoche, New York, la primera sensación que servidor tuvo fue de grata familiaridad, de que lo que estaba presenciado reedita con esmero y soltura aspectos estéticos, temáticos y tonales ya vistos en películas tan estimulantes como Olvídate de mí!, Cómo ser John Malkovich y Adaptation. Una sensación que va más allá de la mera obviedad (Charlie Kaufman, director de Synecdoche, New York, fue también guionista de esos tres filmes), y que reabre el debate acerca de la verdadera autoría de una Película, ya que ratifica de tal manera la impronta de los guiones de Kaufman en las obras de Gondry y Jonze, que sitúa a ambos realizadores en una posición, cuando menos, incómoda.

Finalizada la proyección, la segunda impresión que se me generó es la de haber asistido a algo monumental, inabarcable, rayano a la genialidad y huidizo a los límites de mi comprensión inmediata. Kaufman, en su ópera prima, lleva los ítems de sus anteriores guiones a la pirueta más mortal de todas las que se han visto: la de hablar de la vida y el tiempo amasándolos cual Marcel Proust metido a cineasta o Tarkovsky posmoderno. Ese tiempo, esa vida, son los de Caden Cotard, un particular director teatral cuya existencia queda en “stand by” tras el abandono de su mujer y su hija. Después del trauma emocional, los acontecimientos se sucederán sin demasiado énfasis alrededor del pasivo y melancólico señor Cotard, a quien sólo motiva el estreno de su nueva obra, un montaje mastodóntico con el que pretende reproducir su propia existencia y con ello el fluir vital de la ciudad de Nueva York.

Synecdoche, New York es deliberadamente irregular, saludablemente autoparódica y obligadamente autoreflexiva. Y es que allí donde cualquier artesano del Cine se contentaría con la noble labor de entretener sostenidamente, Kaufman se empeña en ir más allá, en provocar a lo largo del metraje infinidad de reacciones, algunas de ellas totalmente opuestas a una valoración positiva del film: curiosidad inicial, indispensable y obligada; tedio casi constante, causado por el inquebrantable abatimiento de su protagonista; sorpresa, por lo jeroglífico del argumento; admiración, fruto de la belleza y originalidad de las imágenes; absurdo, siempre de la mano del onirismo bien plasmado; empatía y complicidad, ante lo vívido del drama del personaje principal (convincentemente interpretado por un Seymour Hoffman cada día mejor); y, finalmente, el estupor y sometimiento que acarrean la grandeza y complejidad del entramado metavital exhibido.

En definitiva, nunca fue tan apropiado admitir que un nuevo visionado siempre es conveniente para comprender mejor un film, y tampoco es excesivamente osado vaticinar que Synecdoche, New York será un estrepitoso descalabro comercial. Que se convertirá en una nueva película de culto sí que es una convicción personal algo más ciega y arriesgada que el tiempo ratificará o desechará en un futuro no muy lejano.

viernes, 29 de agosto de 2008

Espinosa, ahora director.



En su ópera prima, el guionista catalán Albert Espinosa, apuesta por el humor blanco y los buenos sentimientos para encarar un tema tan sumamente delicado como el de la discapacidad. Espinosa, pese a sus innegables buenas intenciones (no olvidemos que él mismo padece una disminución a causa un cáncer sufrido en la infancia), resbala en su intención de aunar reflexión y comedia. En su faceta reflexiva, el filme resulta demasiado pueril y poco esclarecedor como para dejarnos huella; por su parte, en su vertiente cómica, y salvo algún destello, No me pidas que te bese…reitera en demasía el chiste grueso y, para qué negarlo, de escasa gracia (la palabra "paja" es sin duda la que aparece con más frecuencia y fruición a lo largo de la película). Si a esto le sumamos una buena dosis de sensiblería demasiado forzada y un protagonista con síndrome de Peter Pan que resulta desesperante por su falta de resolución, llegaremos a la conclusión de que sólo la inédita faceta de Espinosa como actor (secundario) sorprende positivamente dentro de un producto fallido. Un producto que bien podría haber emulado una pizca a películas como Las llaves de casa, ¿A quien ama Gilbert Grape? o Bailo por dentro para exponer algo verdaderamente interesante sobre la discapacidad y todo aquello que la envuelve.

jueves, 1 de mayo de 2008



El surcoreano Kim Ki-Duk, genial autor de varios filmes de un inusitado e hipnótico lirismo, volvió a obsequiarnos a principios del 2006 con una nueva película tan cargada de crueldad como de belleza poética. Con El arco, Ki-Duk regresa a territorios, contextuales y temáticos, ya transitados antes por él. Al igual que su filmografía anterior, El arco es una pieza plagada de imágenes sugestivas y poderosas, y marcada por la parquedad verbal y los silencios; como en Primavera, verano… y La isla, el nuevo film de Kim Ki-Duk se desarrolla en un espacio único, flotante, y rodeado de agua, en este caso un barco pesquero. El único problema reside en el hecho de que El arco, una desgarradora historia de amor entre un viejo pescador y una bella adolescente, reitera estas formas minimalistas, depauperándolas, sin aportar mejora alguna ni añadir elementos nuevos, haciendo de ella un compendio autoimitativo de aquellas películas de Ki-Duk que tanto nos fascinaron.

sábado, 8 de marzo de 2008

Algunos días en Septiembre. Poco antes del 11S.


Tragedia de espionaje. Triller intimista. Intriga de vocación autoral… Definir con exactitud la ópera prima de Santiago Amigorena, guionista argentino afincado en Francia desde hace ya algunos años (y de quien se comenta está viviendo una relación afectiva con la Binoche), puede ser una tarea harto compleja y de resultado incierto y/o poco convincente.
Primero, porque, por mucho que el director haya mentado a James Bond y El tercer hombre como referentes ineludibles, como aventura de espías a la película le faltan la acción y la tensión narrativa propias de dicho género. Segundo, porque, como obra de tesis y trabajo de autor, Algunos días en Septiembre es una película de postulados demasiado inconcretos como para ganarse ese calificativo.
Que algo más allá de la mera intriga se nos quiere explicar parece estar claro, y su propuesta estética está deliberadamente encaminada a ello: los constantes fondos desenfocados y sin profundidad de campo hacen referencia a la miopía y falta de perspectiva de los personajes ante los dramáticos acontecimientos que se avecinan, los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Más allá de eso, todo resulta demasiado latente y pretencioso como para despertarnos verdadero interés o admiración. Una lástima, si tenemos en cuenta que recientemente Spike Lee, en Plan oculto, sí que consiguió aunar entretenimiento y reflexión política sin que ninguna de estas dos facetas se resintiera.
Para el recuerdo su deslumbrante reparto, en especial el actor John Turturro, en la piel de un personaje similar a los que pueblan las películas de los Coen: un implacable sicario en permanente contacto telefónico con su psicoanalista.

viernes, 8 de febrero de 2008

VAMPIROS EN ALASKA.


Ni sus inmejorables credenciales (producción de Sam Raimi y segundo film del director de Hard Candy), ni su notable factura técnica (ambientación gélida muy conseguida, buenos efectos sonoros y digitales, importante labor de maquillaje), ni tan siquiera la estimable ejecución de David Slade, que combina de manera interesante la explicitud más gore con el fuera de campo, salvan a 30 días de oscuridad de la decepción. Un poco preciso guión acaba imponiéndose a todos los atractivos antes señalados. Y es que los 30 días de asedio a que son sometidos los escasos supervivientes de Barrow (Alaska) por parte de un grupo de salvajes vampiros, no están bien puntuados ni definidos en ningún momento de la película: las elipsis no saben ponderar adecuadamente el transcurso del tiempo, la mella que el paso de los días debiera imponer en los acorralados no queda convenientemente reflejada (ni psicológica, ni físicamente) y, por último, la incapacidad de los vampiros (que, no lo olvidemos, huelen la sangre a kilómetros de distancia) para encontrar a su víctimas resulta, cuando menos, extraña, por no decir inverosímil. Seguramente, si los chupasangres hubieran sido algo más avispados y el periodo en que sucede el relato reducido a un par o 3 días, éste hubiera resultado muchísimo más efectivo y creíble, aunque estas decisiones posiblemente hubiera supuesto también una licencia demasiado inadmisible para los fans de la fuente original, un cómic homónimo obra de Steve Niles y Ben Templesmith.

sábado, 2 de febrero de 2008

13 Tzameti. Sólo puede quedar uno



Sébastien es un joven huraño que lleva, junto a su familia, una vida gris y llena de penurias económicas. Mientras trabaja reparando el techo de una casa, su propietario, poco después de haber recibido una extraña convocatoria que supuestamente le hará ganar mucho dinero, muere de una sobredosis de morfina. Sébastien recupera el sobre convocante y decide presentarse a la cita en lugar del difunto. Las instrucciones que contienen la misiva le llevarán a un apartado y destartalado caserón donde se celebra una gran timba de ruleta rusa con decenas de apostantes. El superviviente de tan macabra partida conseguirá una cuantiosa suma. De los trece participantes (tzameti significa trece en lengua georgiana), Sébastien es el decimotercero. Sólo podrá quedar uno.
Película-debut del director de origen georgiano Géla Babluani, 13 Tzameti fue toda una sensación en la pasada edición del Festival de Sitges, pues, aunque no se trata de una película de corte fantástico ni por asomo –en lo genérico nos hallamos ante un thriller minimalista algo pasado de rosca, y en lo estético ante una propuesta en B/N de realismo lúgubre-, la seca e incontenida violencia que transmiten algunas de sus imágenes hicieron, sin llegar a los niveles del gore, las delicias de los amantes de la explicitud y exceso de hemoglobina. Aunque no sólo por eso destaca 13 Tzameti, pues la dureza y el frenético desespero que el relato de tan macabro juego transmite no se quedan en el simple tiro a bocajarro. Como en El Cazador de Michael Cimino, cada ronda es disputada al límite de la locura por un número menguante de participantes, perdedores natos que, pese a temer a la muerte, poco tienen por lo que luchar en vida. Mediante una hábil y equilibrada dirección, tan expresiva como seca, tan sórdida y austera como sosegada, esta desesperación cala también en los huesos del espectador desde el primer fotograma, produciendo la inquietante y permanente sensación de que la tragedia se cierne de manera inexorable sobre su protagonista, interpretado por el hermano del director.
La cosa parece bastante unánime: Premiada en el Festival de Venecia con el galardón a la mejor dirección novel, y en Sundance con el gran premio del jurado, 13 Tzameti transmite ahogo a todo aquel que la ve. Hollywood, en otro ejercicio de captación derivado de su atrofia imaginativa, se ha hecho eco de tan grata revelación y ya prepara un remake. Esperemos que la presencia en el proyecto del mismo Géla Babluani como director garantice la pervivencia de las virtudes de la versión original.

martes, 29 de enero de 2008

Secretos y mentiras. Mike Leigh y su cine.


Merecidamente reconocida en el 96 con la Palma de oro y con 4 nominaciones a los Oscar, Secretos y mentiras es hasta la fecha la obra cumbre de Mike Leigh. Leigh es un cineasta comprometido, un referente ineludible del llamado cine social inglés, un realizador tendente a retratar las visicitudes de las familias proletarias británicas, hallándose a medio camino entre Ken Loach y Stephen Frears, eludiendo la militancia proselitista del primero y la comicidad optimista del segundo. La película, de una emotividad desgarradora, plantea un argumento bastante simple que sirve de excusa para exponer las complejas frustraciones personales de cada unos de los personajes, conduciéndolos con habilidad hacia un desenlace liberador, en el que serán inevitables tanto las confesiones (de esos secretos y esas mentiras a las que el título se refiere) como los llantos.

The jacket, cuyo título hace referencia a la camisa de fuerza con la que se inmoviliza al protagonista, es una interesante cinta de intriga psicológica producida por Steven Soderbergh. Muy influida por películas como La Jetée, 12 monos, Memento o La escalera de Jacob, el segundo largometraje de John Maybury ahonda en la manida pero inagotable fantasía de los viajes (en este caso mentales) a través del tiempo. En la atmósfera claustrofóbica, desasosegante y casi surrealista de un sanatorio mental, las paradojas temporales y los bucles narrativos en la cuarta dimensión harán acto de presencia para apuntalar un relato complejo pero imaginativo, inquietante y bien construido. Lástima que un final algo ñoño, propio de un cuento de hadas y nada acorde al tono general del filme, acabe convirtiendo la intriga antes descrita en un extraño canto a la vida, al amor y a las segundas oportunidades.

jueves, 24 de enero de 2008

Dead man. Western metafísico.


Hipnótico relato con aire de leyenda popular, mezcla de western onírico y de viaje místico. Mediante una cuidada fotografía en blanco y negro, una música minimalista a cargo del folkman canadiense Neil Young, un agradable ritmo narrativo pausado y silencioso, y unas gotas de fino humor surrealista, Jim Jarmusch, referente ineludible del cine independiente americano actual, consigue transportarnos a un mundo extrañamente mágico y parsimoniosamente violento, y hacernos alucinados testigos de un periplo íntimo, interior, tan ininteligible como fascinante. Dignas de resaltar son también las apariciones estelares de Robert Mitchum, Iggy Pop y Billy Bob Thornton, que aportan consistencia al rico elenco de personajes secundarios que posee la película.

Plan oculto. Tarde de perros post 11S.



El cine estadounidense de los años 70 nos brindó la oportunidad de disfrutar de un buen número de dinámicos thrillers que se caracterizaron por contener, tras una trama policial aparentemente “inocua”, una velada crítica, en ocasiones no tan interlineada, a la corrupción policial, judicial y política de las urbes norteamericanas de aquella época. Don Siegel, William Friedkin, John Frankenheimer, o Sydney Lumet son algunos de los cineastas que deben figurar con letras de oro dentro de este apartado concreto del cine de policías y ladrones, y The French Connection, Tarde de Perros, Serpico y Harry, el Sucio, son algunas de las películas referenciales que dicha etapa nos legó. Esto es un hecho que conviene ser recalcado, porque Spike Lee ha realizado Plan Oculto con los ojos puestos en aquellas películas, con la clara voluntad de homenajearlas, tratando así de repetir la fórmula de “denuncia+espectáculo” que tan buenos resultados cosechó antaño. A tenor de lo visto, sólo cabe admitir que Lee lo ha hecho de manera más que aplicada, brillante. Cierto es que ha renunciado a las temáticas de conflicto racial que le caracterizan, que ha rebajado su trascendencia y contundencia discursiva, y que ha exiliado por completo al drama de la historia, pero no menos cierto es que en Plan Oculto el cineasta afroamericano ha ganado en sutileza y espectacularidad. En el marco de una agitada historia de un hurto a mano armada de alta orfebrería, se desarrolla una adictiva relación antagónica entre Denzel Washington y Clive Owen. A esta primera línea narrativa hemos de superponer la historia genérica de hipocresía, suspicacias, arribismo e intereses soterrados que marca el tempo moral de la cinta. Narrada linealmente a un ritmo trepidante y con algunos esclarecedores flashforwards, Plan Oculto sirve también como excusa para reflejar el clima multirracial del crisol neoyorquino, y sobretodo para dar fe de la situación de miedo y esquizofrenia colectiva que vive la sociedad estadounidense tras los atentados del 11 de Septiembre del 2001. Todos ellos parecen argumentos de peso que demuestran que la última película de Spike Lee no es tan sólo un mero y frívolo producto de industria, sino más bien una obra políticamente comprometida a la par que digerible para el gran público. Interpretada por un elenco de lujo que da vida a un grupo de personajes muy carismáticos, y a pesar de algunas lagunas de guión en favor del “entertainment”, sólo me resta concluir diciendo que Plan Oculto es una gran película que no lo tiene todo, pero sí casi todo.

viernes, 18 de enero de 2008

X-MEN 3. Ratner da la talla.



Cuando Bryan Singer anunció a las puertas de iniciarse el rodaje de la tercera parte de X-Men, que abandonaba la franquicia mutante de la factoría Marvel para dirigir Superman returns, muchos fuimos los que temimos lo peor. La situación planteada con la deserción del amigo Singer al bando adversario no era precisamente halagüeña, pues el buen hacer del director de Sospechosos habituales parecía irreemplazable y nada presagiaba que Brett Ratner, un director cuya trayectoria (Hora punta, Family Man, Dragón rojo) no pasaba de la mera corrección formal, fuera capaz de sustituir a Singer con la máxima solvencia. Sin nada que incitara a la euforia, el miedo a que el tercer episodio de la saga desmereciera a los 2 anteriores fue cobrando forma a pasos agigantados. Una vez estrenada X-Men 3: La decisión final, las voces más agoreras se silenciaron y las previsiones más pesimistas se esfumaron repentinamente por un motivo tan simple como inapelable: X-Men 3 es una cinta notable que poco tiene que envidiar a sus dos partes precedentes, una película que merece el reconocimiento de que nos hallamos ante un cierre más que digno para una de las sagas que, para deleite de los/as aficionados/as, mejor ha sabido adaptar un cómic de superhéroes al celuloide. Ratner no ha aportado una visión particular ni ningún planteamiento personal, sino que ha apostado claramente por la opción continuista, y imitando con maestría el buen pulso narrativo de Singer, así como su dinámica resolución de las escenas de acción, se ha reivindicado como un experimentado artesano. El fruto de este proceder, tan práctico como eficiente, ha sido un largometraje altamente entretenido que reedita esa curiosa mixtura entre espectacularidad visual y una suerte de reflexión para todos los públicos acerca de la marginación, la tolerancia y el racismo. Dicho esto, y visto el buen sabor de boca que las tres piezas han dejado, sólo nos queda lamentarnos por el que parece el final definitivo de la saga, aunque, bien mirado, a veces conviene no exprimir demasiado el limón, no vaya a ser que no quede jugo…

martes, 15 de enero de 2008

El asesinato de Richard Nixon. Quiero la cabeza del presidente.


En contra de lo que su equívoco y -¿Por qué no admitirlo?- sensacionalista título pueda dar a entender, no nos encontramos ante un thriller político; El asesinato de Richard Nixon, primer largometraje del estadounidense Neils Mueller, no es un film conspirativo, y poco tiene que ver con películas como J.F.K o La tapadera. Magnicidio haylo, pero su presencia responde más al delirio paranoide de su amargado protagonista que a un verdadero complot sedicioso. Lo que acontece, en lo que a acción narrativa se refiere, es más bien poco: el descenso a los infiernos de un ciudadano medio que, plenamente frustrado y ninguneado por todos, irá llenándose de desazón y de ira, encauzándolas hacia el presidente de su país, Richard Nixon, también conocido como Tricky Dick (Tramposo Dick), omnipotente mandatario al que considerará el máximo responsable de todas sus desgracias personales y de las de la humanidad en general. Nos hallamos, pues, ante una esplendida construcción de un personaje extremo, magistralmente interpretado por Sean Penn, para cuyo desarrollo Mueller se basó en Sam Byck, un sujeto real que tramó asesinar a Richard Nixon en 1974 y que también sirvió de inspiración a Martin Scorsese a la hora de realizar Taxi Driver. La historia se desarrolla en los convulsos años 70 (Watergate, las panteras negras, la guerra del Vietnam), por lo que la crítica política -que también la hay- se debe más a motivos circunstanciales y de contexto que a una manifiesta voluntad de denuncia. Y es que individuos como Sam Bicke, entendiéndolo como la personificación de la ira ante una sociedad cruel regida únicamente por la competitividad, el dinero y la mentira, los habido, los hay, y los habrá en cualquier momento y lugar: en la América de Nixon, la Italia de Berlusconi y en la España de Aznar.

sábado, 12 de enero de 2008

De la Iglesia y los pechos de Doña Leonor.




Alex de la Iglesia posee la virtud de ser uno de los primeros directores que, distanciándose del politizado cine que se hacía durante la Transición y de las infames comedias ochenteras, comenzó a realizar en nuestro país películas de género cón éxito y de forma más que desenvuelta. A este tipo de cine popular, de la Iglesia supo además insuflarle una visión esperpéntica muy particular que dotó a sus filmes de una personalidad fuera de toda duda. Con de la Iglesia, la ciencia ficción (Acción mutante), el terror (El día de la bestia), el western (800 balas) y el thriller (La comunidad) quedaron teñidos por algo tan hispano como es el grotesco elemento valleinclanesco. Al salir de nuestras fronteras, rodar en inglés y apostar por actores extranjeros, el director español ha arrancado de raíz toda posibilidad de que su particular mirada grotesca haga acto de presencia en su nueva película, una intriga convencional que, pese a mostrarnos algún movimiento de cámara meritorio, no destaca en ningún aspecto. En Los crímenes de Oxford todo está demasiado manido: escalada de crímenes, whodunit, investigación policial que resigue un sendero de pistas matemáticas dejadas por el asesino, giros y contragiros, y resolución pretendidamente sorpresiva. De entre toda esta batería de tópicos, lo mejor y más original es cómo de la Iglesia vacila con el espectador masculino a la hora de mostrar (o no) los pechos de la Watling.

viernes, 11 de enero de 2008

XXY. El síndrome de Klinefelter.


Según las normas genéticas más elementales, los hombres poseen los cromosomas XY, y las mujeres los XX. En el síndrome de Klinefelter se presentan los cromosomas XXY, que son los que determinan la ambigüedad sexual (o hermafroditismo) del sujeto en cuestión. Algo tan sencillo de explicar como esto (apenas 2 líneas) y los inconvenientes emocionales que conlleva a los afectados, en la película de la argentina Lucía Puenzo se torna casi inenarrable, más por omisión que por ineptitud de la realizadora. Inicialmente, el planteamiento de XXY se teje de manera poco hábil; retardando, mediante diálogos incompletos e imágenes de un pretendido lirismo, la revelación de la trama. A la postre, esta demora y alargamiento encuentran su justificación en el hecho inapelable de que el verdadero meollo no hubiera dado para los 90 minutos que dura el film, no en vano éste está inspirado es un relato corto de Sergio Bizzio llamado "Cinismo". Si a esto le añadimos el amago escabroso que adopta la película en su último tercio, llegaremos a la conclusión de que XXY es otra de las beneficiadas de los buenos ojos con que en España, gracias al merecido éxito cosechado por 9 reinas y El hijo de la novia, todavía contemplamos al nuevo cine argentino.

lunes, 7 de enero de 2008

Rififi, el robo más grande jamás contado


La palabra francesa rififi significa rifirrafe, riff raff en inglés, refriega, pelea barriobajera a cara de perro, tangana de ratero... Un acertado y metafórico título para una película que esencialmente trata sobre eso, sobre cómo la carne de cañón, con el signo del fracaso escrito en la cara, lucha como gato panza arriba en su rutina delictiva. Clásico indiscutible del género noir, Rififi contiene todos los elementos, tan identificativos como imprecisos, que caracterizan al cine negro: hampa, realismo, reflexión social, mujeres fáciles pero de fatales consecuencias, claroscuros… Aunque el ingrediente por el que Rififi se ha convertido en modelo y referente ha sido sin duda la escena del robo, más de media hora que muestra hipnóticamente cómo la cuadrilla de hampones protagonista ejecuta un grandioso hurto en una joyería, en completo silencio, sin música, sin diálogos... creedme, no resulta exagerado decir que sólo por esta escena merece la pena ver la película.

sábado, 5 de enero de 2008

LOVE IS IN THE AIR


Ya sé que no invento la pólvora si digo que mi buena amiga Isabel es una mujer de una fotogenia fuera de toda duda (Mari Ángeles, otra colega de incuestionable belleza, autora de la presente foto, está preparando una tesis completa acerca de la belleza isabelina que promete hacer las delicias de eruditos y catedráticos sobre estética); tampoco descubro la sopa de ajo al afirmar que a Isabelita le sientan bien hasta los kilos de más (esta cita me la apropio, aunque salió de la boca de un admirador confeso de Doña Isa cuyo nombre no voy a revelar). Dicho esto, debo advertir que el interés de esta fotografía no radica pues en algo por todos asumido, sino en el excepcional hecho de que un sujeto como yo, de rostro hosco y patilludo, y mirada libidinosa, pueda aparecer en la instantánea con gesto amable y agradable, en sintonía con las virtudes de mi partenaire. Realmente (y modestia aparte), la foto en cuestión destila amor y desparpajo en cada uno de sus píxels, y parece literalmente extraída de la campaña publicitaria de un perfume sofisticado o de un catálogo de diseño del más alto copete. Y es que ya lo dice la frase: "Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando", lo cual no significa (aviso a los malpensados y suspicaces) que ella me monte a mi, ni que yo la monte a ella, ni tan siquiera que nos lo montemos juntos o revueltos, sólo significa que quiero mucho a la niña cerdanyolense que aparece aquí arriba, la titi mas guapa de Vallés, la matagarrulos (los acostumbra a matar a polvos, aunque también los suele matar de inanición), la friki más hermosota de todo el festival de Sitges, mi coleguilla y ojito derecho. Este es mi regalo de reyes, titi, un comentario al pie de la mejor foto que te han hecho nunca. ;p

Bryan Singer. De Marvel a D.C.





El regreso a la gran pantalla del hombre de acero ha traído consigo otro esperado retorno, el de Bryan Singer, director estadounidense que, tras haber trasladado al celuloide la saga de los X-Men, se ha perfilado, junto a Tim Burton y Sam Raimi, como uno de los mejores directores de cine sobre superhéroes .

Nacido en Nueva York el 17 de septiembre de 1965, el realizador Bryan Singer creció en Nueva Jersey y realizó sus estudios de Dirección Cinematográfica en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York, y después en la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad del Sur de California (Los Ángeles). Tras graduarse dirigió el corto Lion’s Den, y en 1993 dirigió el largometraje Public Access, con el que ganó el gran premio del jurado del Festival de Sundance. En 1995 realizó la película que le lanzaría definitivamente al estrellato y con la que se ganó las simpatías de crítica y público: Sospechosos habituales, una densa y apabullante intriga que, pese a sus trampas de guión, renovó el cine negro actual y ganó varios premios Bafta, así como los Oscars al mejor guión original y al mejor actor secundario (Kevin Spacey). Tras dirigir Verano de corrupción, película de intriga basada en una novela de Stephen King que habla sobre la fascinación que la parafernalia nazi puede ejercer sobre los adolescentes, Singer se acercó a la Marvel para dirigir X-Men, pero debido a que no era fan de los cómics y desconocía a los personajes rechazó inicialmente la oferta; un amigo, gran fan de la saga de los mutantes, le convenció para que no dejara escapar la oportunidad, y tras leer los cómics y familiarizarse con los personajes, Singer aceptó el reto. Criado en un hogar judío, y declaradamente homosexual, Bryan Singer supo captar en ambas partes de la saga X-Men el trasfondo antirracista y la beligerancia contra la marginación que exhala la fuente original. A mediados del 2004, en plenas negociaciones para ocuparse de X-Men 3, le llegó la oportunidad de dirigir Superman returns. Tal y como confesó el director: “Fue una decisión extremadamente difícil para mí, porque pasé 6 años en el universo de los X-Men. Estoy orgulloso de los filmes y el trabajo que hice con el equipo y los actores, lo que sucede es que crecí como un gran fanático de Superman, desde chico con la serie de televisión de George Reeves, hasta el filme de Richard Donner”. Dejar Marvel para engrosar la nómina de la factoría D.C y a la inversa, constituía hasta entonces un cambio de rumbo profesional en el que sólo se veían implicados dibujantes y guionistas de cómic. B. Singer, con el abandono de la franquicia mutante para dirigir Superman returns, ha sentado precedente, y ostenta el “honor” de ser el primer cineasta que renuncia a una de las “majors” del cómic estadounidense para irse a la competencia; este hecho es una muestra significativa (una más) de la creciente y mutua permeabilidad entre el cómic y cine.

miércoles, 2 de enero de 2008

Soy leyenda. Siempre nos quedará la Fe.


La primera hora de Soy leyenda, en la que se describen adecuadamente la rutina diaria y el sentimiento de soledad que acompañan al personaje interpretado por Will Smith en un desolado Nueva York, tiene la virtud de generar en el espectador una curiosidad sostenida. La cosa empieza a aflojar cuando los efectos digitales toman las riendas de la narración y la conducen hacia una convencional historia de acción postapocalíptica. Con todo, este segundo segmento aguanta el tipo gracias a la buena resolución y el alto voltaje de sus escenas más adrenalíniticas. Lo verdaderamente irrescatable del filme es el peligroso mensaje final que desprende la historia: cuando la ciencia falla, siempre nos queda la Fe. Resbaladizo eslogan en una sociedad -los actuales EEUU- en la que el puritanismo creacionista está en alza.

Spoiler:Con respecto al nefasto mensaje pseudorreligioso, es muy revelador el sonido final de las campanas de una iglesia que se escucha cuando dos de los personajes llegan a la única comunidad superviviente.