lunes, 3 de diciembre de 2007

SOBRE MITOS Y LEYENDAS

Como en Un condenado a muerte se ha escapado, el desenlace de la trama principal de la película del neozelandés Andrew Dominik nos es revelado en su título. Sujeto y objeto de la acción son conocidos de antemano por el espectador en una clara voluntad de eludir el suspense argumental. La comparación con Robert Bresson no se ciñe únicamente a las similitudes intencionales que estas 2 películas guardan en la construcción de su título, y es que, aunque el ensimismamiento en los planos detalle no es ni por asomo igual que el de las obras de Bresson, la observación de los interludios y de los tiempos muertos en el primer segmento de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford es tan o más de importante que en los films del cineasta francés. Este inicial intimismo (observación bressoniana, más bien) viene acompañado de una fotografía muy poco convencional en el Western, una opción visual que elude el cansino paisajismo característico de este género para apostar por el claroscurismo, el expresionismo y por cierta experimentación derivada de los contornos desenfocados de algunos planos, algo que refuerza el tono crepuscular y melancólico de la película.

Paradógicamente, El asesinato de Jesse James desmitifica la figura del sanguinario asaltador de bancos dándonos la justa medida, desde una perspectiva plenamente antropológica, de lo que es un Mito. Con minuciosidad, ídolo (Jesse James) e idólatra (Bob Ford) nos son presentados como si de dos caras de una misma moneda se trataran, aunque estos 2 modelos no son inamovibles: James, cansado de su vida de forajido y consciente de su vileza, es un ser despiadado que en nada se parece a un Robin Hood del salvaje Oeste; y Ford, lejos de rendir pleitesía y lealtad a James, se rebela contra el mito que le ha decepcionado, en busca quizá de la gloria que éste se labró después de 14 años de homicidas latrocinios. Lo que no sabía Ford (Robert, no John) es que lo que más adulan las masas es la imagen del mal impune, y que la construcción de un mito ni se maquina, ni se logra buscadamente, más bien se esculpe poco a poco, azarosa y desinteresadamente. Por eso Jesse James, pese a sus tropelías, siempre será un mito, y el cobarde Robert Ford, nunca dejara de ser un miserable. Amén.

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