sábado, 15 de agosto de 2009

Sobre brujas, mujeres y "ginocidas".


Como casi todas sus obras precedentes, Anticristo, la nueva propuesta de Lars Von Trier, ha generado entre crítica y público tanto valoraciones favorables como de repulsa enérgica. Posiciones abiertamente enfrentadas que encuentran su explicación en el afán del director danés por la provocación, y que quizá no lo serían tanto si la aproximación a sus películas tratara de ser más equidistante y moderada.

Para empezar, hemos de decir que nos hallamos ante un ejercicio de género (Anticristo se circunscribe dentro del terror y del suspense psicológico) que el director ejecuta con absoluta libertad, recurriendo a la convenciones genéricas cuando le interesa (oscuridad, gore, ambientación sonora y escénica desasosegante) sin dejar de dar rienda suelta a sus obsesiones personales. Y he aquí, en sus obsesiones íntimas, donde encontramos una peculiaridad que nos permite explicar Anticristo: Lars Von Trier realizó la película a modo de reto terapéutico después de superar una profunda depresión 2 años atrás, por lo que ésta tiene mucho de paranoico exorcismo de sus demonios interiores.

Al margen de su poderosa imaginería visual -basada en los oscuros parajes boscosos de Westfalia (Alemania), la iconografía cristiana y en un simbolismo básico pero efectivo-, Anticristo se construye de manera muy sencilla, pues sólo dos intérpretes, Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg, aparecen en escena. La traumática pérdida de un hijo es el punto de partida de una historia capitulada en 6 episodios (4 capítulos más un prólogo y un epílogo) en la que un matrimonio deberá superar la pena que le embarga. Él, psicólogo de profesión, tratará de ayudar a su mujer proponiéndole una terapia de choque: llevarla a una cabaña de campo, bautizada con el explícito nombre de Edén y aislada totalmente de la civilización, donde se enfrente a sus miedos más profundos.

Durante buena parte del metraje, y como si de una película de Bergman se tratara (Von Trier menciona abiertamente Secretos de un matrimonio como fuente de inspiración), los diálogos lentos, freudianos y cargados de llantos inundarán la pantalla. Pero mientras esto sucede, una atmósfera enrarecida y malsana irá in crescendo a la par que se desentraña la intriga.

A medio camino entre la Kathy Bates de Misery y la Isabelle Huppert de La pianista, Charlotte Gainsbourg se convertirá en la artífice de un clímax más previsible de lo esperado y con una carga misógina que tiene más de provocación que de convicción, tal y como ha admitido el director.

Desactivada la polémica, Anticristo es un film de una tensión final notable, pero con un discurso menos profundo de lo pretendido. Y es que si Von Trier hubiera moderado su afán autoral, ahorrándose sus disertaciones sobre brujería y psicoanálisis y ciñéndose al terror al uso, seguramente la historia hubiera resultado más ambigua y sugerente. De manera bastante sorprendente, la película está dedicada al cineasta ruso A. Tarkovski.

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