martes, 22 de diciembre de 2009

Balas y estrellas.


El arranque de Ninja Assassin, una hiperbólica (y magnífica) escena de acción regada en sangre y salpimentonada con salvajes amputaciones, produce lo que yo denomino efecto levadura, es decir, inflar las expectativas del espectador hasta el punto de abrir su inicialmente recelosa receptividad.

Lamentablemente, a medida que se desarrolla el nuevo film del director de V de Vendetta, este efecto decrece y se deshincha cual suflé pinchado con un tenedor. Este acercamiento occidental al cine asiático de artes marciales que es Ninja Assassin, cuya premisa productiva corre el riesgo de compararse con el díptico Kill Bill, poco tiene que ver al final con la personal visión de Tarantino sobre el cine de género oriental.

La película, producida por los hermanos Wachowski y protagonizada por el cantante coreano Rain, sigue unos senderos mucho más trillados que los transitados por el director de Knoxville, tanto que cuando queremos darnos cuenta, ya estamos inmersos en un carrusel de convencionales escenas de letales ninjas y policías de gatillo fácil. Aunque lo peor de todo nos llega con el relleno de los entretiempos: los diálogos resultan tan simples y ridículos que imploraremos una nueva dosis de peleas a granel.

Si Ninja Assassin la hubiera dirigido un oriundo de la tierra de las katanas y los luchacos, seguramente no hubiéramos notado demasiadas diferencias, pero ¿merece la pena que el australiano James McTeigue se meta en berenjenal ajeno, para hacer exactamente lo mismo que los directores orientales ya realizan rutinariamente bien y sin ninguna ínfula? Sólo recomendable para seguidores incondicionales (y no demasiado exigentes) del cine de artes marciales.

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