martes, 13 de enero de 2009

El indomable Harvey


Como Linklater y Soderbergh, Gus Van Sant es de esos cineastas norteamericanos de vocación indie que van alternando sus extravagancias más minoritarias con trabajos de corte más comercial. Aunque, si bien aquellos dos directores han conseguido tocarme la fibra en más de una ocasión, el director de Elephant nunca ha llegado a calarme realmente hondo (mea culpa, seguramente). Presentada esta subjetiva alegación, he de decir que Milk, contradiciendo mis negativas (y subjetivas, repito) expectativas, me pareció una película redonda, por no decir soberbia, seguramente la mejor que he visto del director hasta la fecha.


Olvidando sus almibarados y lacrimógenos dramas sobre jóvenes superdotados (El indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester), así como su atrevidas pero plúmbeas y depresivas deconstrucciones espacio-temporales (Last days, Gerry), Van Sant ha regresado a los márgenes del cine comercial con un interesantísimo biopic que se ocupa de los últimos 8 años de la vida de Harvey Milk, afamado político y activista que, tras las elecciones municipales de San Francisco celebradas en 1978, se convirtió en el primer concejal declaradamente homosexual de la Historia de los EEUU. Un hombre admirable que debió luchar contra la ignorancia y el integrismo católico, que creó las bases de lo que hoy es el lobby gay, que fue santo y seña del activismo homosexual, que se valió hábilmente del pasteleo político para mejorar la vida de los suyos, que llegó a inspirar la archiconocida bandera Arcoíris, y que, finalmente, pereció a manos de un paleto en un vil magnicidio.


Conocida es la condición homosexual del director, factor que seguramente ha acrecentado su implicación con esta historia, sin embargo, la tentación de convertir la vida de H. Milk en una hagiografía o en una burda historia de “locazas” reivindicando amaneradamente sus derechos fiesteros por las calles de “Frisco” era demasiado grande. Pues ni una cosa ni la otra. G. Van Sant hace suyo el género biográfico aportándole sensibilidad, equilibrio, enjundia y emoción. Con el documental The Times of Harvey Milk (1986) como referente, los 2 pilares en los que se basa Van Sant para conseguirlo son la excelente interpretación de Sean Penn, con una labor mimética casi perfecta, y un guión tan sustancioso temáticamente como para escribir un ensayo sobre praxis política y derechos civiles. Si a esto añadimos una ambientación impecable, muy pareja al revivalismo setentero de American Gangster y Zodiac, el resultado será una película tan testimonialmente valiosa como cinematográficamente extraordinaria.

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