martes, 12 de enero de 2010

Sherlock Holmes y el Dr. Watson contra Lord Blackwood


Si el novelista Conan Doyle levantara la cabeza, y viera a su amado personaje, ahora interpretado por Robert Downey Jr, practicar artes marciales y deportes de contacto con total maestría mientras se deja engatusar por los irresistibles encantos de una sofisticada fémina, seguramente se querellaría ipso facto con Lionel Wigram, autor del cómic en que está basada esta película, y de paso también con el “ex” de Madonna, Guy Ritchie, responsable directo de esta adaptación cinematográfica.

Este sentimiento de rechazo airado será también el que, muy probablemente, compartan gran parte de los seguidores más fieles de las aventuras literarias del sabueso de Baker Street, de las que el director de Snatch y RocknRolla, fiel a la reinterpretación que se hace en el tebeo de Wigram, sólo ha conservado la oratoria hipotético-deductiva de su protagonista y la ambientación victoriana de un Londres decimonónico (de lo más conseguida, todo hay que decirlo, gracias a los prodigios de la digitalización).

Pero si el espectador medio, libre de la respetable atadura que supone la influencia del original, consigue levantar estas barreras puristas (a mi me costó unos 20 minutos), se hallará ante una película de acción y aventuras altamente entretenida, de ritmo vertiginoso y con una buena ristra de diálogos rebosantes de simpatía e ingenio, y con un Holmes totalmente transmutado, más aficionado al mamporro y la acrobacia que al violín y los placeres del opio. Sherlock Holmes es un film que, si funciona en taquilla (y difícilmente no lo haga), dará para alguna que otra secuela, por el simple motivo de que es lo más similar al concepto clásico de cine-espectáculo que servidor ha visto desde las tres primeras películas de Indiana Jones. Evasión en estado puro.

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