
Un año después del asesinato de JFK, una escuela católica de los EEUU se debate entre el tradicionalismo docente de su directora, interpretada por la veterana Meryl Streep, y el aperturismo humanista del párroco del colegio, personaje a quien da vida Philip Seymour Hoffman. Entre ambos hallamos ejerciendo de bisagra a la hermana James, una joven monja, profesora del colegio, cuyas dudas a la hora de tomar partido por uno u otro bando serán plenamente compartidas por el espectador.
Galardonada con los premios Pulitzer y Tony, “La duda” se trata de una pieza teatral adaptada a la gran pantalla por su propio autor, John Patrick Shanley, director también de la intrascendente Joe contra el volcán (1990). Shanley no sólo se muestra mucho más serio y profundo que en su debut cinematográfico, sino que, lejos de conducir su nuevo film por los fáciles derroteros del maniqueísmo más primario y visceral, mantiene hasta los créditos finales nuestra incerteza acerca de los verdaderos sentimientos y motivaciones de los dos “contendientes”. ¿Es la hermana Aloysius Beauvier una malintencionada mujer interesada en desacreditar al padre Brendan, o bien es la única que ve las secretas e indecentes intenciones que éste tiene sobre un alumno de color recién llegado?. Quizá deliberadamente, esta duda irresoluta acabará eclipsando el debate educacional planteado minutos antes y confundirá las verdaderas intenciones del film, haciendo así honor al título de la película y alejándose de otras que, como Priest o Las hermanas de la Magdalena, únicamente pretendían afrentar a la Iglesia católica.
Como no podía ser de otra manera, La duda se mueve por unos parámetros bastante teatralizados. Sus acciones, que transcurren en interiores y escenarios limitados visualmente, encuentran en la dialéctica y en los envites verbales su principal dinamizador. Indudablemente, la severa interpretación de Streep y la apaciguada melancolía que casi siempre desprende Seymour Hoffman dotarán a estos diálogos de mayor profundidad y carga dramática. Sin embargo, no nos encontramos ante un mero ejercicio de teatro filmado. John Patrick Shanley acompaña diálogos e interpretaciones con un buen surtido de imágenes simbólicas que de forma bella y constante subrayarán muchos de los sentimientos de sus personajes, confirmándole de paso como un director conocedor del medio, y no como un prestigioso literato que se sitúa detrás de una cámara para adaptarse a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario