miércoles, 12 de noviembre de 2008

Rosales erró el tiro.



Tras su merecido (e inesperado) éxito en la pasada edición de los Goya, Jaime Rosales se ha apresurado a estrenar su nueva película, algo que corre el peligro de ser interpretado como un modo oportunista de “aprovechar el tirón”, pero que visto el resultado no ofrece ninguna duda: el cineasta barcelonés continúa mostrándose independiente, transgresor e impasible ante cualquier canto de Sirenas, y su último trabajo, una observación obsesiva y morbosa de la rutina de un etarra, así lo ratifica.

Durante buena parte de Tiro en la cabeza todo resulta de lo más normal y apacible. Ion, el protagonista, se levanta, desayuna, pasea, lee la prensa, se bebe unos zuritos con los amigos en el bar, se acuesta con mujeres… nada hace sospechar que detrás de esa apariencia de ciudadano medio se esconde el implacable asesino que en realidad es, el sicario que, junto con otros 2 compañeros, ejecutó en Capbreton a los guardias civiles Fernando Trapero y Raúl Centeno.

Aunque su temática se presta a ello, la de Rosales no es una película estrictamente política. Es mucho más cercana a obras como El carnicero, Henry: retrato de un asesino o Elephant, que al cine-denuncia de temática terrorista (me vienen a la cabeza filmes como Omagh, Operación ogro, La pelota vasca o 13 entre mil). Sin embargo, a diferencia de Chabrol, John McNaughton y Gus Van Sant, Rosales renuncia sin complejos a la narración convencional y se decanta por una mirada subjetiva, distante y carente de diálogos audibles, un vouyerismo en el que el vigía parece estar separado del objeto de su (nuestra) obsesiva vigilancia por una gruesa e impenetrable vitrina. Captada esta provocadora premisa, todo lo que acontece desde entonces es demasiado repetitivo y prolongado como para apuntalar nuestro interés con cierta firmeza, y sólo en su tercio final (el asesinato, los momentos que le precedieron y la huida) el film logra retomar el pulso.


No se le puede negar osadía y originalidad, pero lo nuevo de Rosales es más propio de una exposición de videoarte que de una sala de exhibición al uso. Triste pero cierto: en la mayoría de ocasiones, Cine y Arte parecen tan extraños y huidizos entre sí como el agua y el aceite.

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