sábado, 22 de noviembre de 2008

AGENTES CONTRA BURÓCRATAS



Parece ser que estamos de enhorabuena. Si en algún momento asomó en nosotros el razonable temor de que American gangster era tan solo el espejismo de un pasado mejor, nos equivocamos de lleno. La nueva película del Ridley Scott, Red de mentiras, nos reafirma que el británico vuelve por sus fueros, los del Cine de alta calidad, y confirma su plena recuperación de fiascos tan sonados como El reino de los cielos, Los impostores, La teniente O’Neil o, sin ir más lejos, Un buen año.

Secundado por Leonardo Di Caprio y Russell Crowe, Scott ha elegido para su regreso una historia de espías con trasfondo político, lo que da fe tanto de su heterogeneidad temática (nada se le resiste: Cine gansteril, bélico, épico, histórico, fantástico…), como de la condición de indiscutible intérprete fetiche que el fornido actor australiano ha adquirido para el director (previsiblemente, su próximo filme, titulado Nottingham, también estará protagonizado por Crowe).

Basada en una novela de David Ignatius –veterano columnista del Washington Post-, Red de mentiras narra la historia de Roger Ferris (L. DiCaprio), un agente de la CIA que ésta destinado en Irak con el objetivo de capturar a un peligroso líder islamista. Paradójicamente, Ferris no sólo deberá lidiar con la implacable amenaza del terrorismo internacional. Su inmediato superior, Ed Hoffman (R. Crowe, fantástico en su caracterización), es un inmoral y pragmático burócrata que más que un apoyo, supondrá un serio obstáculo para la misión, amén de fuente inagotable y sangrante de desconfianza.

Como se puede deducir, no es por su previsible e innegable virtuosismo visual por lo que destaca esta cinta (huelga decir que el director de Blade Runner vuelve a hacer gala de su característico estilo adrenalítico e impactante, muy deudor del videoclip y la publicidad), sino por su sorprendente vertiente discursiva. Y es que el mensaje transmitido en su día por un panfleto tan indecente como Black Hawk derribado no auguraba nada bueno. De nuevo, temores despejados: obviamente, Red de mentiras no es un alegato antiimperialista (desengañémonos, todavía no conozco a ningún realizador perteneciente al mainstream americano, salvo el manipulador y excéntrico Michael Moore, que así se haya declarado abiertamente), pero sí una crítica osada, directa y visceral a los reprobables métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses.

Consabido es que no es demasiado acertado hacer del menor de los Scott más papista que el Papa, pero a la comparación con Spy game (Tony Scott, 2001), película con la que Red de mentiras guarda no pocas similitudes argumentales, es necesario responder que la de Ridley es una película de mayor enjundia y trama más compacta.

El personaje interpretado por DiCaprio es un agente implicado y penitente que, sin despreciar la cultura musulmana, confía en la democratización del mundo árabe; al respecto, el conato de relación que emprende con una enfermera nativa es muy significativo. Tras ser traicionado por su superior, renuncia a su cargo y deposita sus esperanzas en la autonomía de los países de Oriente Próximo para que éstos solucionen (con algo de ayuda, eso sí) sus propios asuntos. El mensaje es claro a la par que rotundo. La gestión de los problemas ha de recaer en quienes padecen y sufren cada día el terrorismo en sus propias carnes, y no en aquellos indeseables que desde sus confortables despachos dan órdenes interesadas y contraproducentes. En otras palabras, nativos y agentes de campo, sí, acomodados y mezquinos burócratas, no.


Concluyendo. Parece que este año, el tortazo propinado a la CIA ha sido doble. Primero los Coen, con su absurda pero mordaz Quemar después de leer, y ahora, Sir Ridley Scott, con esta notable intriga con recado politológico. Lo más curioso del caso es que ambas películas empiezan y acaban igual, con sendos zooms desde la cámara de un supuesto satélite espía (de aproximación, al inicio, y de retroceso, al final). ¿Copia o coincidencia? Abran sus apuestas.

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