sábado, 6 de noviembre de 2010

¿Dónde están las armas de destrucción masiva?


En su arranque, al exponernos las dificultades que tiene una pareja madura en conciliar su vida marital y familiar con su trabajo de informadores secretos, Caza a la espía podría pasar por una versión dramática de Mentiras arriesgadas o de Señor y Señora Smith, película esta última dirigida también por el propio Liman.

Sin embargo, esta adaptación de las memorias de Joseph Wilson y Valerie Plame -dos agentes de inteligencia que fueron relegados al ostracismo por la administración Bush a causa del incómodo testimonio que representaban- es mucho más cercana al thriller político de los 70 que a cualquier fabulación aventurera.

Liman, consciente de la seriedad del berenjenal en el que se mete, procura de manera demasiado consciente no perder los papeles con derivas argumentales que pudieran parecer accesorias. Pero este exceso de celo y solemnidad resulta totalmente contraproducente al vaciar a la película de un interés argumental que vaya más allá de la evidencia, de lo que el espectador ya sabe o de lo que ya intuye desde el principio.

Resulta curioso ver como el creador de la exitosa saga Bourne, una trilogía que conjuga perfectamente acción con “trascendencia”, aquí se muestra incapaz de aplicar esta fórmula, renunciando, quizá por bloqueo, a cualquier conato de entretenimiento.

Lo peor es que en su faceta dramática y de denuncia, que parece ser la única que le interesa desarrollar al director, Caza a la espía tampoco funciona. Primero, porque su realización fragmentada, válida para narrar las pesquisas de Jason Bourne, no casa demasiado con el tono del film (los torpes insertos de imágenes reales de Bush JR. tampoco despejan esta sensación). Segundo, porque los siempre notables Penn y Watts nos ofrecen unas sus interpretaciones más desganadas y rutinarias de sus respectivas carreras.

Sin duda, era necesario afrontar por fin, desde la ficción cinematográfica, el espinoso tema de la invasión de Irak, así como denunciar la manipulación informativa de la que la administración Bush se valió para justificar su guerra contra el eje del mal, pero cuestión tan importante merecía un tratamiento más eficaz y productivo, un tratamiento como el que Paul Greengrass, precisamente otro de los responsables de la saga Bourne, aplicó este mismo año en Green Zone.

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